Monday, December 24, 2007

Venezuela del siglo XXI

Roberta se encontraba en uno de esos tranquilos cafés de Valle Arriba, los que están cercanos a la calle (prácticamente en la acera), con su amigo y escritor Alberto, al cual cariñosamente le decía Al, disfrutando una galleta con sabor a naranja y hablando de las trivialidades de la vida.

"Creo yo, que el calentamiento global afectará al mundo, pero nosotros no veremos las consecuencias" decía Al. Roberta, en cambio, le parecía un poco más preocupante el asunto, sobre todo porque ya existían varios indicios de los cambios del clima en la época actual. "Que importa, estaremos muertos" seguía Al. Era un caso perdido tratar de convencerlo, pensaba Roberta.

Transcurrieron los minutos, así como también transcurrieron los distintos temas de conversación, pasando desde Michael Jackson hasta la publicación de una nueva revista quincenal de unos compañeros de la universidad -la cual Roberta no escondió sus críticas- y la tarde se hacía cada vez más tarde pero de una manera muy agradable. Cuando se habla con un amigo de verdad, las cosas siempre son agradables.

De la calma y la tranquilidad, surgió el estallido. Y con éste, la conmoción. Un disparo se había escuchado muy, pero muy, cerca del local. Extrañado, Al preguntó si de verdad había sido un disparo. Al voltear hacia la calle -como algunos pocos que no se agacharon bajo la mesa- observaron un motoroizado, a toda velocidad, cruzando la esquina que se encontraba frente al café, escapando seguramente de algún acto vandálico. Al menos eso fue lo que infirió Roberta, pues inmediatemente en seguida un policía, en una de esas motos último modelo que siempre tienen los policías hoy día, apareció cruzando la esquina a una velocidad aún mayor que la del motorizado. Éste, alzó su pistola y volvió a disparar.

Los tiros casi acaban con el lugar. Al y Roberta, como todos los demás presentes, corrieron hacia la parte más interna del local protegiendo sus cabezas al hacerlo. Gritos de miedo, así como de desesperación, se escuchaban por doquier. El sonido de los disparos parecía provenir del mismo café, era increíblemente cercano. Roberta sintió miedo, herirse de bala no era algo que quería agregar a su vida. Mucho menos, perderla.

Así como vinieron, se fueron. El policía, perseguiendo a su perseguido, pensó quizás que los disparos frenarían al motorizado pero no fue así. No le dejó más opción que seguir con la persecución. Roberta subió la cabeza, vio alrededor que el episodio había terminado. Sin percatarse, salió a la calle a preguntar qué carajo había pasado. Necesitaba saberlo. La adrenalina no la dejaba hacer más nada.

Pudo saber, por unos testigos y un policía, que el motorizado era un ladrón que recién acaba de robar un hospital. Sí, a un hospital. "Qué vergüenza" dijó Al, cuando Roberta le comentó. Al, la había estado esperando en la calle al lado del café. Ella y Al volvieron a la mesa donde estaban sentados. Ambos impactados. No es todos los días cuando casi te disparan. Al menos eso fue lo que pensó Roberta.

Para aumentar la sorpresa de ella, todos los presentes habían vuelto a sus mesas y continuado con sus comidas, cafés y conversaciones. La música sonaba, simulando un ambiente de tranquilidad. Todos habían proseguido como si nada hubiese pasado. Para Roberta esto era insólito, ¿Cómo es posible que tan fácilmente continuaron con su vida?, ¿Acaso no se percataron de que casi la pierden?, ¿Acaso no escucharon los tiros?, ¿Acaso soy yo la única que estoy despierta en este puto lugar? - pensó Roberta desesperadamente.

Claro que no había mucho que hacer, pensó luego fríamente. Denunciar a la policía había perdido sentido hace muchos años, y mucho menos si la misma policía había realizado los disparos desconsideradamente. Volvió a echar una mirada alrededor. Definitivamente a la gente la sabía a mierda. Los hechos habían ocurrido tan solo minutos atrás. "Será la costumbre" dijo Al, tomando un sorbo del café que acababa de pedir. Costumbre de casi morir todos los días, pensó ella. Costumbre de la inseguridad, el pánico, la paranoia, el miedo, la desesperación, la miseria.

"Costumbre de la muerte"- concluyó entonces Roberta. Sin más remedio, se recogió el pelo, revolvió un poco el té todavía caliente y picó un poco de su galleta. Mojó la galleta en el té -hábito del cual sus amigos se burlan- y con amargura se la llevó a la boca.



Esta historia está basada en un episodio de la vida real. Más que ser sólo UN episodio de la vida real, son episodios que ocurren a diario en todos las esquinas de Caracas, al igual que el resto del país. Hasta en las zonas "menos pensadas" como Valle Arriba, una urbanización del este de Caracas, se aprecia la cruda realidad de la Venezuela del siglo XXI.

3 comments:

Verónica Ruiz del Vizo said...

hello! mi fede, merry christmas.. te adoro. Finalmente, lo lei. jajaja me sonó algo conocida esta hitoria. Recibe un abrazo, my friend. Me gustó tu post. Ojalá nos despertemos este próximo y consigamos nuevamente la sorpresa, que se perdió por ir de la mano a la costumbre y el conformismo. Te adoro, baby. Muak

Verónica Ruiz del Vizo said...

PD: faltó la palabra año--- despues de "próximo" JAJA

Verónica Ruiz del Vizo said...

una pregunta: ¿Por qué Roberta? Fede, tienes un pésimo gusto para los nombres.