Saturday, August 2, 2008

Nosotros y ellos

4:13 am. Sigo aquí. Me levanto de la silla y me dirijo al baño, a tan solo 3 pasos de mi cama. Busco el papel toilet sin prender la luz, arranco un pedazo del rollo y me devuelvo a mi silla. Miro a la pared como si mirara el horizonte, allá en las costas de Vargas, allá en Puerto Azul. Es una pared blanca, sin sentido, pero puedo ver perfectamente el ocaso. La vista es increíble. La pared se transforma en cielo, en un paisaje; el sol dejando sus últimas pinceladas con la iluminación perfecta, de un día perfecto, de una época perfecta.

A mi lado están todos, con caras de felicidad. Estamos hace cinco años, ignorando el futuro, disfrutando el presente ahora pasado pero ahora presente otra vez. El tiempo no existe. Acabo de echar un chiste sobre el porqué lavarse los dientes si se vuelven a ensuciar. En esa época todo daba risa. "Ahí viene Claudia -dice la prima-, vamos de una vez". Los zamuros vuelan a lo lejos mientras caminamos hacia el malecón, hablamos de cualquier cosa indistinta que a la vez mantiene toda nuestra concentración. Nuestros pasos están sincronizados como lo están nuestras vidas. Mientras camino escucho levemente el sonido de las olas, el cual me relaja, y pienso en lo frío que debe estar el agua del malecón. Igual me voy a lanzar.

Extiendo mi mano derecha y tomo el papel, lo doblo de manera que parezca un cigarro y lo introduzco en mi hueco derecho de la nariz. Doblo mi cabeza hacia arriba, me sienta mejor. He estado todos estos días con gripe, produciendo cantidades industriales de flema (especialmente en el hueco derecho) sin saber el por qué de su olor. Huele a mierda, lo juro. Jamás en mi vida había tenido algo así y eso que tengo gripe todos los días. Veo el techo, olvidado. Con mi mano derecha, le doy vueltas al papel buscando todo resto de moco que pueda llevarme con él, como quien finaliza una compota y no quiere dejar nada dentro del frasco, introduciendo la cucharita varias veces por todo el borde interno de la compota. De pera. Al fin logro sacar algo de mi nariz y boto el papel a la basura, llena de infinitos papeles iguales. Me quedo observando el techo de nuevo. Es contradictoriamente ilimitado.

A Hugo se le acaba de caer el celular por las rejillas del catamarán hundiéndose hasta el fondo del mar. Todos ríen, él no. Usualmente tiene buen humor, él y su primo Javier siempre se la pasan riendo. Esta noche vinimos al catamarán de un tal Paprr, bebiendo y riendo como siempre, como la semana, como la playa, como nosotros mismos podemos reír sin complicación alguna.

Meyling está a mi lado, una chica que conocí por la prima de uno de mis mejores amigos. Estamos acostados en las rejillas del catamaran, los demás se fueron a hacer no se qué. Mey me habla de medicina, de que estudia en los Estados Unidos en un lugar donde hay muchísimos venezolanos y que el chicle SÍ es biodegradable (qué extraña la medicina que dan en el norte), mientras yo me encargo de observar sus hermosos labios. Eran perfectos. Rojos de verdad -no como los labios esos color carne- con la curvatura ideal del labio superior y el complemento perfecto del inferior. Una boca para besar. Justamente años después observaría, en la misma mesa donde estaba sentado, cómo sus labios estaban siendo interrumpidos por una lengua babosa de un imbécil. Siempre es un imbécil, siempre hay un imbécil. Creo que nunca he sido el imbécil de alguien más, me ha tocado es ver desfilar imbéciles en decenas de mujeres. Mujeres que no saben lo que quieren, como nadie, como todos. Aunque estoy seguro que esa noche en el catamarán, Hugo sabía que quería su celular de vuelta.

Vuelvo a repetir el procedimiento del papel en forma de cigarro, creo que llego a disfrutarlo a veces. La basura está a punto de rebosar su capacidad pero no me importa. La verdad es que muchas cosas dejaron de importarme ya. Como ella, como todas ellas. Hoy hace cinco años, pensando así, las cosas hubieran sido distintas. Hubiese sufrido más, siendo consciente del sufrimiento, abrazándolo, olvidándome del grupo de gente que me hacía sentir bien. Quizás hasta feliz. Tal vez buscaría la forma de calmar el sufrimiento en ese momento, ahorrándome cinco años de crecimiento exponencial y continuos desengaños, probando soluciones en vez de problemas. Problemas que, a la larga, nunca tienen soluciones.

Capaz sería mejor para estar más calmado en este presente, pero definitivamente no hubiese sido uno de los recuerdos más felices del día de hoy. Me levanto, voy al baño y cojo otro trozo de papel.



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